viernes, diciembre 13, 2024

Opinión: la industria y el mapa del poder mundial

La industria sigue siendo un pilar fundamental para un proyecto nacional de desarrollo centrado en la justicia social y es, también, uno de los elementos centrales para definir el lugar de un país en el mapa del poder mundial: no es casualidad que la pandemia haya agudizado este debate no sólo en EEUU, sino también en Europa. Se trata de una discusión clave para lo que viene en nuestro país y en la región.

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Por: Gabriel E. Merino (UNLP-CONICET)

Hace más de un siglo, el ex presidente argentino Carlos Pellegrini (1890-1892) sentenció: “Sin industria no hay nación”. Hasta el día de hoy, esta consigna guía a las fuerzas del industrialismo nacional y del desarrollismo en el país y aparece en cada 2 de septiembre en el día de la industria. Tanto en ese entonces como hoy, esa consigna está estrechamente relacionada con “superar” el modelo primario exportador"Sólo vendiendo pasto no se construye una Nación” fue otra de sus frases que quedaron para la historia, que marcaba la contradicción que atravesaba a la Argentina en el propio momento de despegue del modelo “granero del mundo”, cuando ya se evidenciaban sus debilidades.

En Estados Unidos esa contradicción se resolvió en la guerra civil de 1861-1865, donde se enfrentaron los intereses de la burguesía del Norte nacionalista e industrial contra los terratenientes del Sur agroexportador, pro-británicos y esclavistas, con un saldo de entre 620.000 y 750.000 muertos.

El otro protagonista de la historia presente, China, precisó una revolución nacional y social para terminar con su situación semi-colonial y con el “siglo de humillación” iniciado a partir de las Guerras del Opio, y desatar desde allí un proceso de recuperación de su milenaria condición de mayor centro económico mundial.

En ambos países, la industria se encuentra en el centro del proceso de ascenso en la jerarquía interestatal, en la modificación del lugar en la división internacional del trabajo y en los mayores niveles de bienestar de sus poblaciones. Ambos procesos se dieron a partir de profundas luchas político-sociales que transformaron las relaciones de fuerzas estatales y posibilitaron el desenvolvimiento de las fuerzas productivas.      

Actualmente, el mapa del poder mundial se está modificando de forma drástica, lo que se visualiza geoeconómicamente en el gráfico elaborado por howmuch.net que muestra el PBI industrial por país (con datos de 2018 y en dólares corrientes). En otras palabras, allí se visualiza cuanta riqueza industrial se produce por país, sin contar los servicios ni el sector primario.

Resalta en el mapa el extraordinario peso de China, que con 4 billones de dólares (millones de millones o trillones en el mundo anglosajón) y 28,4% del total, se ha convertido en el principal centro industrial mundial, una de las claves fundamentales de su ascenso en el mapa del poder. Lejos queda en un segundo lugar Estados Unidos, con 2,3 billones de PBI industrial (16,7% del total mundial), Japón con 1 billón (7,2%) y Alemania con 0,8 billones (5,78%).

También podemos remarcar el peso de Asia, donde se produce el 52% de PBI industrial mundial y, no por casualidad, hacia donde se ha desplazado el eje de la acumulación global y, también, la llamada “cuarta revolución industrial” y la transición energética, dos grandes transformaciones que marcarán el nuevo siglo.

A partir de esa fortaleza, y su apuesta a ciencia y tecnología, China viene incrementando sus niveles de complejidad económica y se está transformando en un enorme centro tecnológico-productivo-financiero mundial. Sus productos industriales de alta tecnología pasaron de constituir el 7% del valor mundial en 2003 a un 27% en 2014. La otra cara de la moneda es que los salarios se triplicaron en los últimos diez años. Además, entre los 10 principales bancos del mundo por activos, 4 son chinos.

Durante 2019, China superó por primera vez a Estados Unidos en solicitudes de patentes, una progresión de 200 veces en los últimos 20 años. Y encabeza algunas tecnologías de vanguardia para la llamada cuarta revolución industrial: inteligencia artificial, internet de las cosas, 5G sobre una masa de datos (Big Data) muy superior a la de Estados Unidos. Además planea achicar su retraso tecnológico relativo en otras ramas como la robótica, los semiconductores y la industria aeroespacial a través del Plan Made in China 2025 (que desquicia los nervios de Washington).

Este proceso resquebraja los monopolios tecnológicos del Norte Global y constituye una de las razones principales de por qué el Estados Unidos de Donald Trump lanzó la guerra comercial contra China –pero también contra sus aliados y “vasallos” tradicionales, a los que les demanda sostener la primacía estadounidense, produciendo enormes tensiones. Pero hasta ahora los intentos por parte del Estados Unidos de Trump para frenar a China han sido infructuosos y, con la pandemia, se han acelerado las tendencias hacia la continuidad de su ascenso.

También fueron poco alentadores sus intentos por recuperar la industria estadounidense y achicar el déficit comercial con Beijing –aunque logró frenar su aumento. El déficit comercial de bienes de EEUU con China en 2016 era de 347.000 millones de dólares, mientras que  En 2019 fue de 345.000 millones de dólares. Por más pataleo de Trump hay razones estructurales que son difíciles de modificar.

[Industria y geopolítica]

El gráfico que ilustra esta nota nos muestra que los principales polos de poder a nivel mundial, donde se encuentran los países llamados desarrollados, se organizan en torno a grandes núcleos tecnológicos-productivos: EEUU, Alemania-Italia-Francia, Japón, China. Por lo tanto, el tamaño de la industria importa, donde lo cuantitativo (magnitud de valor) obviamente siempre está en relación a lo cualitativo (productividad).  

El polo angloamericano con EEUU como vértice sigue concentrando el gran poder financiero global y la moneda global por excelencia, el dólar. Ello le otorga un "privilegio exorbitante", como definiera en 1960 el ministro de finanzas de Francia, Valery Giscard d'Estaing. Aunque en esta dimensión fundamental del poder también está retrocediendo la gran potencia del siglo XX, dicho privilegio entrelazado con el poder militar, todavía le permite apropiarse de buena parte de la riqueza global y vivir muy por encima de lo que produce.

Sin embargo, el general chino retirado Qiao Liang, autor del famoso libro La Guerra Irrestricta -publicado en 1999- , pone en clave estratégica la debilidad relativa de Washington en la cuestión industrial, especialmente en estos momentos:

“[Estados Unidos] ha abandonado su industria manufacturera de gama baja y se ha transformado gradualmente en un país de industrias fantasmas. Si el mundo está en paz y todo el mundo está en paz con los demás, no hay ningún problema. Los EE.UU. imprimen dólares para comprar productos de todo el mundo, y todo el mundo trabaja para los EE.UU. Todo eso está muy bien. Pero en caso de epidemia o guerra, ¿puede un país sin industria manufacturera ser considerado un país poderoso?”

De hecho, una de las razones fundamentales de la necesidad de recuperar la industria por parte de la administración Trump tiene que ver con la Seguridad Nacional. Flanqueado por representantes de la industria siderúrgica, con dos meses en el cargo y un año antes de establecer medidas arancelarias sobre el acero y el aluminio, Trump ordenó investigar si las importaciones de acero amenazaban la seguridad nacional y afirmó: “El acero es fundamental tanto para nuestra economía como para nuestras Fuerzas Armadas. Esta no es un área donde podamos permitirnos depender de países extranjeros”.

Es cierto que, en este tiempo, las nuevas formas de combate, propias la guerra mundial híbrida y fragmentada que atravesamos, disminuye el peso de las armas convencionales construidas con acero. Pero las capacidades industriales implican capacidades organizativas, productivas, tecnológicas y sociales que no sólo se entrelazan con la construcción de armas convencionales sino que se expresan en el propio poder infraestructural del Estado, clave para enfrentar cualquier tipo de crisis o guerra, o desplegar capacidades en todos los frentes en que se desenvuelve un enfrentamiento.     

[¿La industria “ya fue”?]

Uno de los mitos neoliberales, especialmente para la periferia de occidente y lamentablemente acompañado por cierta "izquierda globalista", es que la industria "ya fue". Es decir, que no está ahí un motor del desarrollo de las fuerzas productivas y que incluso había que abandonar la estrategia industrialista para abocarse a la producción de materias primas y los servicios, la clave en este mundo posfordista. Sin embargo, se “olvidó” que los servicios complejos o intensivos en conocimientos están siempre en relación a procesos tecnológicos-productivos y a núcleos de desarrollo que establecen nuevas realidades centro-periferia. Igualmente, ni siquiera ese fue el proyecto desde mediados de 1970, es decir, la ilusión de pasar del fordismo al posfordismo periférico. Tampoco concentrarse en la industrialización de la producción de materia prima, es decir, de los insumos clave, máquinas y equipos y tecnología que hay atrás de las actividades mineras, hidrocarburíferas o agropecuarias.  El planteo fue reprimarizarnos completamente y profundizar la dependencia en dichos insumos, como también en los procesos de comercialización mundial, el otro eslabón estratégico de la cadena.

El resultado fue un declive absoluto de América Latina, articulado con una retomada de la hegemonía estadounidense en la región junto con las clases propietarias concentradas vinculadas a las actividades extractivas, mientras el industrialismo de Asia Pacífico impulsaba su ascenso. Declive particularmente notorio en países como Argentina que tenían una estructura productiva relativamente avanzada: en 25 años pasamos de una sociedad de pleno empleo, 5% de pobreza y un ingreso per cápita similar al de España (1974); a un 25% de pobreza estructural (y 50% en momentos de crisis), 50% de la fuerza de trabajo desempleada o con empleo precario y mal pago, y un PBI per cápita de menos de la mitad del español.

Un caso aparte es México en donde desde 1990 profundizó una estrategia industrial, pero bajo el modelo de maquila: una industrialización dependiente, si desarrollo tecnológico-productivo propio y protagonizado por transnacionales estadounidenses que tercerizan los eslabones de producción de menor valor agregado, intensivos en mano de obra (muy mal paga). Esto se observa en la dependencia total con Estados Unidos hacia donde se dirige aproximadamente el 80% de sus exportaciones

En Asia Pacífico existió y existe algo de ese modelo, pero en general aparece de forma subordinada y dentro de una estrategia nacional de desarrollo, a partir de fuertes empresas nacionales, estado empresario, fuerte inversión en ciencia y tecnología, inversiones extranjeras condicionadas (transferencias tecnológicas, empresas conjuntas con actores nacionales, reinversión local de utilidades), etc. La centralidad estuvo primero en Japón y los llamados tigres asiáticos (desde los 50' bajo el condicionamiento de la total subordinación estratégica) y luego en China, ya sin ese límite, con otra escala impresionantemente superior y a partir de una hibridación de modos de producción.

En conclusión, la industria (en sentido amplio, no restringida a las imágenes "fordistas") sigue siendo un pilar fundamental para un proyecto nacional de desarrollo centrado en la justicia social –aunque una cosa no implique necesariamente la otra-. A su vez, es uno de los elementos centrales para definir el lugar de un país en el mapa del poder mundial: no es casualidad que la pandemia haya agudizado este debate no sólo en Estados Unidos sino también en Europa. Se trata de una discusión clave para lo que viene en nuestro país y en la región, que se encuentra bajo el dilema de profundizar el declive periférico o establecer una estrategia de desarrollo de sus fuerzas productivas. Sólo este gráfico debería saldar ese debate, pero no es tan simple, existen intereses.

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